
Como sucede en las problemáticas políticas del convulsionado tiempo que se vive en el ámbito planetario, en el caso venezolano se enfrentan fundamentalmente dos perspectivas ideológicas. Por un lado, quienes apoyan la soberanía y el derecho de autodeterminación de la República Bolivariana de Venezuela reconocen a Nicolás Maduro como el único y legítimo presidente constitucional; se congratulan de la voluntad irreductible de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana de permanecer leales a su comandante en jefe y de negarse a dar un golpe de Estado; y quienes, en el otro polo equidistante, se posicionan en favor del injerencismo de Estados Unidos, abierto y declarado, apoyan su guerra no convencional de amplio espectro, económica, política, mediática y militar contra el pueblo y su gobierno; niegan la vigencia del estado de derecho y el orden institucional del país, y los que rigen internacionalmente; buscan desesperadamente hacerse del poder por medio de la violencia terrorista, el sicariato, el paramilitarismo, el golpe de Estado, o por medio de una intervención militar extranjera. No hay que confundirse, no son el “conflicto político” y el supuesto “autoritarismo de Maduro” los factores explicativos de la actual coyuntura. En Venezuela, las antípodas claves son: revolución, patria, poder popular versus contrarrevolución, imperialismo, poder oligárquico.
Cuando se observa el actual asedio de los imperialistas estadunidenses y sus aliados subalternos de Europa, América Latina y otras latitudes contra Venezuela, en complicidad con una oposición apátrida, servil y obsecuente a los intereses de Estados Unidos, surge la interrogante: ¿Por qué no ha sido derrocado el gobierno del presidente Nicolás Maduro? La respuesta la encontramos en la conciencia política de la mayoría del pueblo venezolano.