Historia de Cuba

Dos guerreros que la historia unio

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Poco cuentan las distancias –en tiempo y kilómetros– si dos nombres han de eternizarse en la memoria de un país, fundidos como un mismo referente de integridad y arrojo. Dos gigantes que la historia ha hermanado más allá de una fecha y un ideal común. Dos hombres que, en épocas diferentes, dignificaron por igual nuestro pasado patrio para alumbrarnos el presente y el futuro. Dos héroes que son «hijos» de junio, y de la Revolución. 

En Santiago de Cuba nació el primero. Era 1845 cuando la familia de los Maceo bautizó con el nombre de Antonio al niño que se convertiría en un descomunal jefe mambí.

El segundo llegó al mundo exactamente 83 años después de aquel alumbramiento insigne. Le llamaron Ernesto, aunque su memorable vida le ganaría otro calificativo internacional, pues ese pequeño, nacido en 1928, desde muy joven partiría de su natal Rosario, en Argentina, para ir a curarle las «heridas» a la América ultrajada.

Ambos se elevaron al universo del sacrificio más hermoso –que es defender con su propia sangre la verdad de los humildes–, y desde allí sus extraordinarias existencias se siguen entrelazando como si fueran solo una. Es algo asombroso y casi mítico. Las virtudes de uno parecen renacer en el actuar del otro; y así, juntos, vuelven a crecerse en sus dimensiones humanas, si es que eso es posible.

Porque si el Titán de Bronce era firme en su pensamiento y su valor temerario, el Guerrillero Heroico era un soldado integral con la disposición siempre lista para asumir la misión más peligrosa.

Porque si el Mayor General tenía la palabra sedosa y el brazo como el acero, el Comandante Guevara era también de hablar pausado y de acción insuperable. No hubo nunca, para uno ni para el otro, vida fácil, espacio para el regocijo pueril o senderos sin escollos. 

Más de 600 acciones combativas y un cuerpo marcado por 26 cicatrices de guerra encumbraron la trayectoria del hijo de Mariana Grajales; mientras que el varón Guevara hizo muy suyas las epopeyas del yate Granma, de la Sierra Maestra y de la Revolución Cubana, antes de irse a luchar por la libertad del Congo y de Bolivia.

Los dos amaban la literatura como a la Patria misma. Los dos eran antimperialistas. Los dos protagonizaron invasiones de Oriente a Occidente, y los dos sembraron huellas de respeto y cariño. 

Por ello San Pedro no fue el final para Maceo, como no lo fue La Higuera para el Che. A aquel que alzó su voz enérgica en Baraguá con un «no, no nos entendemos» ante un enemigo que nos quiso mellar el decoro; y a aquel otro que frente a su ejecutor ordenó: «dispare, que aquí hay un hombre», Cuba los contempla orgullosa.

Hoy, a 177 años del natalicio del Titán de Bronce, y a 94 del Guerrillero Heroico, una frase de Fidel nos recuerda que, a pesar de la necesaria evocación, siguen siendo muchas las certezas que los unen siempre; porque «si uno afirmó que quien intentara apropiarse de Cuba recogería el polvo de su suelo anegado en sangre si no perecía en la lucha, el otro anegó con su sangre el suelo de Bolivia tratando de impedir que el imperio se apoderara de América».

Tomado de Granma

Mujer cubana, más especial que el mismísimo Período. Aniversario 61 de la FMC.

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Cuando Fidel, luego de minutos discursando exclamó: “¡Patria o muerte! ¡Venceremos!” y dio unos pasos de retirada, todos pensaron que había culminado su alocución, pero de pronto regresó a los micrófonos.

“Les iba a decir que cuidaran la ropa para el Período Especial, porque a los mejor también tenemos que reducir considerablemente esos artículos, produciríamos solo para los muchachos, para los que nacen, para los que crecen (…) Estoy seguro de que pasan cinco años en un Período Especial y nos reunimos, y ustedes vienen tan elegantes y tan bellas como han venido esta noche”.

Mientras esto sucedía en el Palacio de las Convenciones de La Habana, en la clausura del V Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas, el 7 de marzo de 1990, en ese tiempo mi madre llevaba una niña hacía dos meses en el vientre y cuidaba de su primogénito de ocho años, su esposo y los quehaceres hogareños.

No, mi mamá no estuvo presente allí cuando Fidel en acto de confianza y elogio a la capacidad de resistencia de la mujer cubana, -creo yo- concluyó con aquellas palabras. Pero ella, y en general, las féminas de esta Isla, tuvieron que seguir el sabio consejo de “cuidar la ropa” y hasta aprendieron a “hacer magia”, un arte que se convirtió en práctica cotidiana en las más diversas áreas de la vida del cubano, para poder sobrevivir a la caída del campo socialista y a las medidas de asfixia de los vecinos del norte.

Quizás usted no lo vivió, pero probablemente de a oídas, -al menos-, sí conoce anécdotas icónicas de los años noventa en Cuba, como la del bistec de toronja, las bicicletadas diarias y quilométricas, los tenis “chupameao”, los trueques de artículos por comida, el jabón “angolano” y otras tantas que aún persisten en la memoria de este pueblo, en especial de las mujeres cubanas, que como dijera Fidel, en aquellas especiales circunstancias llevaron el peso fundamental de los sacrificios.

Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Tanto así que, han pasado casi dos décadas, pero Cari no puede deshacerse de la costumbre de “guardar pa´ cuando la cosa esté mala”, sobre todo, jabón y detergente; porque dice que mucho tuvo que lavar con maguey, y fregar solo con agua caliente, y hasta bañarse con «jabón angolano» (te echas agua y te lavas con la mano), mientras fantaseaba con la espuma que no existía en su cuerpo.

La maña de Martica es otra, aunque actualmente tiene de cuanto aparato eléctrico existe para cocinar y gas de balita además, no se deshace de su fogón de leña por nada del mundo. “Que va´, cocinar con leña no es fácil, pero cuando el Período Especial, que lo que había era ‘alumbrones’, esa fue mi salvación. Gracias a eso, mis hijos nunca se quedaron sin comer. Hasta los zapatos yo le pintaba a los muchachos con el tizne de los calderos”, cuenta con cierto agradecimiento de la vida.

A las veinteañeras, entonces, Yaquelín y Deisi, la necesidad las obligó a cargar del campo para la ciudad y de la urbe para la campiña. Se quedaron con esa manía. Las amigas inseparables llevaban, cada una, un racimo de plátano ‘burro’ u otro producto agrícola en las parrillas de sus bicicletas hasta el pueblo, -a unos 20 kilómetros- y allí intercambiaban sus ofertas por otras que necesitaban y que les ofrecían los citadinos.

Las muchachas se envalentonaban y también hacían algún viajecito a la Habana. “Por supuesto que no en bicicleta, íbamos en carro y llevábamos de cuanto Dios creó, (así resumen la variedad de productos agropecuarios que transportaban) y traíamos cosas que escaseaban aquí en el batey: jabón, ropa, zapatos; lo que apareciera».

Entre las intrépidas también estaba Estrella, que en esos años se convirtió en una cocinera muy eficiente e innovadora. Según cuenta, cogía aquel picadillo que repartían en la casilla con olor y sabor a ‘no sé qué’, lo sazonaba con el condimento que tuviera, lo metía en una media, lo cocinaba a presión, rezaba mientras la olla hacia su parte y en unos minutos lograba una especie de embutido casero, agradable al paladar.

A lo que ella le pusiera cabeza, lo mejoraba: croqueta, fufú, harina de maíz, arroz precocido… Si hasta bistec de toronja hizo. Pelaba la fruta, adobaba la corteza y luego la freía con enjundia de gallina. Mas, la especialidad de Estrella era que no negaba sus recetas, las compartía con todas sus amigas y conocidas para que ellas también mejoraran el menú que darían a sus familias

.Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

En este grupo de féminas valiosas de la década del noventa, está Rebeca, que  cosió, remendó, zurció y remodeló ropa de todo el vecindario, a cambio, casi siempre, de unas “Gracias, Rebe” salidas de las mismísimas entrañas, porque pasaron algunos años sin que se vendiera en el país vestuario para los adultos. ¡Qué costurera!, hacía mochilas y tenis de tela con suelitas de goma de tractor (llamados chupameao) para que los niños fuéramos a la escuela. De pronto un vestido se convertía en una saya y una blusa, o en un «short», y el sobrante lo hacía una trusita para el pequeño de la casa o un pañuelito para la abuela.

Miles y miles de amas de casa, estudiantes, obreras y profesionales cubanas que cumplieron con el deber en condiciones especiales, y no en el término feliz de la palabra. Muchachas que pasaban meses en una beca sin ir a sus casas, porque era preferible pasar hambre que aventurarse a un viaje distante sin disponibilidad de transporte. Técnicas y especialistas de fábricas e instituciones que se las ingeniaban para hacer el trabajo, porque producir era la única vía de que Cuba saliera adelante. Maestras que además de enseñar a sus alumnos las materias, los inspiraban a ser hombres y mujeres de bien, y a la hora de la merienda, el niño que no había llevado alimento, también comía. Doctoras que curaban más con el afecto que con los escasos medicamentos. Madres que encaminaban a sus hijos a golpe de sacrificios.

Pasados los años, algunas llevan en sus cuerpos la marca imborrable de aquel “dichoso” período. Líneas que marcaron el rostro prematuramente. Hipertensión, diabetes y otros trastornos alimenticios, merecidísimos, pues no eran tiempos de elegir nada, mucho menos qué comer. Delgadez y musculaturas heredadas del ejercicio físico cotidiano: bicicleta en loma y llano, caminatas de kilómetros y millas… En otras féminas, la época traspasó la piel. Nervios y emociones que no lograron el equilibrio necesario en tiempo de crisis. Desde entonces se enajenaron de sí y del mundo.

Sin embargo, hubo quienes inmersas en la penuria de los interminables días, meses y años, a veces, -sin saber cómo-, recogían sus pedazos y se rehacían para seguir adelante. De estas, hoy día, existen incluso las que rememoran experiencias de esa etapa, en busca de la esperanza y el coraje precisos para enfrentar las dificultades de la cotidianidad; y otras que no recuerdan parte de ese pasado, porque un día decidieron salvarse del dolor que les causaba, olvidándolo.

Gracias a muchas Cari, Martica, Yaquelín, Deisi, Estrella, Rebeca y otras tantas féminas cubanas, que en aquellas dificilísimas circunstancias llevaron la parte más dura de los sacrificios, fue que las banderas revolucionarias no se plegaron. Ellas, además de “hacer rendir” el alimento, el jabón, la ropa, el cariño; hicieron rendir (fructificar, multiplicar, aumentar, acrecentar), la resistencia de un pueblo entero.

Por ello, si un día se instituyera un premio a la heroicidad y grandeza femenina, irrefutablemente habrá que nominar a la mujer cubana, y de forma excepcional, a las que vivieron la década del noventa en Cuba, pues fueron ellas más especiales que el mismísimo Período.Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Mujer cubana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Ver lejos, ver bien: una aproximación al pensamiento estratégico de Fidel Castro

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Para Raúl Roa García, el culto y cubanísimo Canciller de la Dignidad, “Fidel oye la hierba crecer y ve lo que está pasando al doblar de la esquina”[i] A similar criterio llega el experimentado presidente de la República Argelina Democrática y Popular, Abdelazis Bouteflika, cuando asevera: “Fidel viaja al futuro, regresa y lo explica”[ii].

Bouteflika exterioriza la suya cuando Fidel se aproxima a sus 76 años y ya ha encarado, con éxitos incuestionables, desafíos políticos y militares que le demandaron poner en acción su capacidad de pensar y actuar con perspectiva estratégica, esto es, cuando ya está más que consagrada su proyección política mundial, en su doble condición de estadista y líder político revolucionario.


¿Cómo interpretar y/o entender el sustrato común de afirmaciones tan distantes en el tiempo y respecto a las etapas de desarrollo del liderazgo de Fidel a las que aluden? ¿Qué factores explican el rasgo que ambas figuras exaltan: la capacidad previsora del líder cubano?

Una primera explicación, admisible hasta un punto en su caso, podría ser esta: “Fidel es un estadista y un dirigente revolucionario de características excepcionales”.

Es factible sustentar dicha excepcionalidad con innumerables evidencias empíricas, desde las ideas innovadoras que defendió y supo socializar con vocación, sentido didáctico y deleite de pedagogo, hasta la enorme gama de acciones suyas que muestran cómo es factible que se forje un  liderazgo revolucionario de pensamiento estratégico, capaz de influir en el comportamiento de la mayoría de un pueblo, cuando se funden en una misma persona intelecto superior, carisma inusual, sólidos valores morales y éticos forjados desde la infancia, estudios sistemáticos bien asimilados, sensibilidad humana natural y objetivos altruistas, de justicia y entrega a los demás, entre otros atributos generadores de empatía, autoridad y admiración.

Pero esta explicación resulta insuficiente para entender cómo él llega a oír “la hierba crecer”, o “viajar al futuro para explicarlo luego”. Necesita de los elementos explicativos para responder estas dos preguntas claves:

  1. ¿Cómo Fidel desarrolló tal capacidad de previsión estratégica desde su época juvenil?
  2. ¿Qué interrelación existe entre dicha capacidad de previsión, o prospectiva como algunos le llaman, con el modo como él fue perfeccionando un pensamiento estratégico[iii] de alta complejidad, sistemático y educado con disciplina evidente?

Aproximarnos a este último asunto, es equivalente a entender la vigencia del modo fidelista de conocer y transformar la realidad social como un todo, en cuanto político de cultura enciclopédica[iv] que se impuso como objetivo de vida socializar sus ideas humanistas y de justicia, pero de forma comprensible para las amplias masas, de Cuba y el mundo, a partir de su convicción martiana de que “Patria es Humanidad”.

Intervención de Fidel en la Mesa Redonda Especial en homenaje al Héroe Nacional de Cuba, José Martí, en el teatro Karl Marx, el 19 de mayo de 2005. Foto: Archivo Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Abordar el tema contribuye, además, a identificar cómo el líder cubano fue desarrollando su capacidad de análisis y síntesis, así como la habilidad para articular el pensamiento abstracto con la realidad concreta (Martínez, 2017); combinar la fundamentación cuantitativa con la cualitativa; ver los nexos indisolubles entre tradición histórica, economía, cultura, ética y compromiso político con los más humildes e identificar, en suma, lo esencial de lo secundario.

El Che Guevara, agudo observador de la naturaleza humana, se aproxima al asunto a partir de una caracterización del líder de la Revolución cubana[v] en la cual:

  1. Retrata rasgos sustantivos de su personalidad (“audacia, fuerza y valor”).
  2. Revela elementos de su estilo de dirección (“extraordinario afán de auscultar siempre la voluntad del pueblo”, “amor infinito” al pueblo).
  3. Identifica principios políticos que operan como articuladores de todas sus acciones (“capacidad de aglutinar, de unir”, de oponerse a la “división que debilita”, “capacidad de dirigir a la cabeza de todos”).
  4. Aborda el tema objeto de análisis: su “capacidad de prever el futuro”.

Al respecto, aporta varias claves: “capacidad para asimilar los conocimientos y las experiencias, para comprender todo el conjunto de una situación dada sin perder de vista los detalles” y “amplitud de visión para prevenir los acontecimientos y anticiparse a los hechos”.

De esta manera, el Guerrillero Heroico nos coloca ante el desafío de entender cómo solía operar en Fidel el proceso del conocimiento de la realidad (perspectiva epistemológica), sobre todo a la hora  de  descomponer de manera compleja, multifactorial y dialéctica la de carácter político, con la que tuvo que lidiar a lo largo de su vida como revolucionario, sin perder de vista las exigencias del “sentido del momento histórico”[vi], ni las demandas del comportamiento ético de raigal tradición martiana.

Inauguración de la escuela Oscar Lucero en Holguín, convertida de cuartel en escuela para niños, 1960. Foto: cheguevaralibros.com

De formación humanista, cultura erudita y una sólida formación marxista-leninista, no dogmática ni autoritaria, Fidel comprende la importancia del diálogo directo tanto con el pueblo de saber empírico, como con los expertos en las más disímiles materias. Con unos y otros establece intercambios orientados a encontrar la esencia de los problemas más acuciantes para la sociedad y para sus interlocutores, mediante una relación de comunicación exenta de tabúes y siempre orientada a descubrir y aprehender la verdad subyacente en el asunto debatido.

Muestra tener plena conciencia de que no existe política sustentable de largo plazo, léase estratégica, si ella no está anclada sobre sólidas definiciones teóricas, y si carece de apoyo popular organizado y consciente. Comprende, además, que la más sólida de las teorías, si no pasa la prueba vital de la práctica, quedará en el campo de la especulación inocua, sea en el ámbito de la política interna o de la internacional.

Ello explica su conocido afán de estudio, y sobre todo su búsqueda incesante de vías y modos de verificar, en los hechos, la pertinencia o no de una solución identificada como posible o deseable. Le ayuda su convicción ética de que el “…revolucionario no se siente nunca satisfecho, ni puede sentirse, tiene que ser un eterno inconforme”[vii].

En este punto se revela de manera más clara su formación dialéctica de base marxista: sabe lidiar con las contradicciones del desarrollo en todos los campos, y aprovecha las contradicciones – las del enemigo y las que genera la propia construcción del socialismo – para anticipar respuestas contundentes en el primer caso y encontrar soluciones novedosas, en el segundo.

Esta habilidad, a nivel político, explica que haya sido, a la vez, arquitecto de las más grandes realizaciones de la Revolución, cronista de ellas y, sobre todo, crítico honesto de las que mostraron insuficiencias, fallas o errores. Su verdadera visión estratégica se aprecia a la hora de analizar y resolver los errores, más que en el momento de examinar las victorias y los logros.

Al practicar la crítica y la autocrítica en el sentido martiano de que “criticar no es morder”, sino ejercer el criterio desde la buena fe en los asuntos relacionados con el bienestar colectivo, logró anticipar y advertir a todos, más de una vez, tendencias negativas en el proceso de construcción socialista que requerían de solución con participación de la sociedad.

En varios momentos de la historia reciente así se pudo constatar, con esta característica infaltable: el análisis de las fallas y errores mediante el diálogo diáfano con el pueblo, o con los sectores sociales concernidos en cada caso. Evitó siempre las pseudo-soluciones verticalistas y unilaterales. Esta premisa marcaba sus análisis y decisiones: no se debe tomar ninguna decisión mientras el pueblo no la entienda

La convicción fidelista de que el pueblo debe ser, desde su heterogénea composición, sujeto social protagónico de las rectificaciones a hacer, quizás ayude a explicar por qué y cómo el “proceso de rectificación de errores y tendencias negativas”, ocurrido en la etapa 1986 a 1989, preparó subjetivamente al país para resistir las duras pruebas del llamado período especial. Él ya intuía que el socialismo este-europeo y la propia URSS estaban en fase de autodestrucción. Así lo expresó en Camagüey y sorprendió a todos con su visionaria advertencia el 26 de julio de 1989.

Evidenció su pensamiento estratégico a la hora de visualizar en fecha temprana los complejos esfuerzos para transformar a Cuba en un país de “hombres de ciencia”, así como al trabajar con ahínco a la hora de interrelacionar ciencia, desarrollo e innovación en las condiciones de país de escasos recursos naturales, bloqueado de forma inmisericorde por los EE.UU. y obligado a formar sus propios recursos humanos calificados a ritmo acelerado.

Combinó su perspectiva estratégica a la hora de pensar el futuro de Cuba y su Revolución, cuando decide encarar el desafío de qué hacer para contribuir a la participación política y social más plena de los creyentes y sus iglesias en el proceso de construcción de la vía cubana al socialismo.

En esta línea de pensamiento, los acuerdos del Cuarto Congreso del PCC ensancharon, a nivel político, la base social de la democracia socialista; reconocieron, en el plano histórico, los aportes de los cristianos revolucionarios a las luchas por la independencia nacional y el propio socialismo; y, en tercer lugar, fueron una confirmación palpable de la capacidad ética de la Revolución para rectificar todo lo que lo demande para bien de la nación y el proyecto de sociedad socialista en construcción.

En el campo de la política internacional, su intuición no solo le permitió evadir trampas y obstáculos diseñados por la Casa Blanca para asfixiar la economía cubana y aislar políticamente a Cuba, sino que diseñó respuestas y conjuntos de respuestas que colocaron a la Revolución en posición de ofensiva. Baste, como ejemplo, la votación abrumadora contra el bloqueo en las Naciones Unidas que ha terminado aislando a los EE.UU. y su aliado sionista del medio oriente.

Pronuncia su histórico discurso durante el XV Período de Sesiones de la Asamblea General de la ONU. Foto: Prensa Latina

Más de una vez Fidel advirtió con anticipación las contradicciones en el seno del propio sistema capitalista hegemónico. Ello le permitió desarrollar campañas internacionales de opinión que pusieron en jaque a los portadores de las soluciones neoliberales. Las batallas contra la deuda externa y luego contra el ALCA así lo confirmaron.

En su método de descubrir y asimilar los desafíos de la cambiante realidad externa de un país en revolución, urgido de soluciones rápidas y eficaces, y obligado a garantizar una proyección internacional de alcance múltiple, para neutralizar el sistema de medidas hostiles diseñado por las élites imperiales de Washington, creó un poderoso e interrelacionado sistema de relaciones internacionales, con protagonismo social amplio, organizado y cada vez más consciente, que pasó a ser soporte de inestimable valor para la diplomacia cubana.

Decenas de ejemplos podrían mencionarse en las más variadas esferas del quehacer nacional, desde la economía a la ciencia y la cultura, desde la política a la defensa del país.

Pero con el acumulado de evidencias disponible, hoy se puede afirmar, a modo de síntesis preliminar, que el líder cubano desarrolló una poco frecuente capacidad para intuir las expresiones no visibles del comportamiento humano y social, de una manera que le permitió anticipar escenarios (históricos, políticos y militares, entre otros), mediante una combinación excepcional de los elementos racionales del proceso de toma de decisiones en política, con la intuición que nace de una especial capacidad para asociar de manera lógica hechos y comportamientos humanos, individuales o colectivos.

La sobrevivencia de Cuba como nación y como Revolución, debe mucho a esa manera fidelista de ver bien y lejos en el horizonte.