En el 243 Aniversario de la Declaración de Independencia de EE. UU: Luces y sombras de la Revolución (Parte I)

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Este 4 de Julio se cumplen 243 años de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, redactada en el Segundo Congreso Continental celebrado en 1776 en el contexto de la guerra por su independencia de Inglaterra, iniciada formalmente en 1875, en un hervidero de rechazo a los abusos, explotación y saqueos que perpetraba la metrópoli inglesa contra la más importante de sus colonias.

Fueron los independentistas norteamericanos bravíos combatientes. Con mucho menos armamento y preparación que el contrario combatieron con todas sus fuerzas sin reparar en riquezas y propiedades. Sus tierras y haciendas quedaron arrasadas, su economía destruida, miles de muertos quedaron en los campos de batalla, pero no claudicaron hasta ver lograda su independencia en 1783, mediante el tratado de París que puso fin a la guerra.

Sin dudas fue un proceso complejo, su liberación y la conformación de una nueva nación. Fueron múltiples los desafíos para unir a un conglomerado de colonias que tenían gobiernos propios establecidos, diversas economías, y diversas posiciones ideológicas desde las más liberales hasta las precoloniales y feudalistas opuestas al proceso independentista; con un segmento nada despreciable que no obstante buscar la independencia se apegaba a los códigos reaccionarios de su antigua metrópoli.  Se trataba solo de cambiar el sello monárquico por uno republicano, pero sin mayores cambios en las esencias.

Solo aproximándose a su historia, se puede entender lo dicho por Lenin en su carta a los trabajadores norteamericanos refiriéndose a la Revolución de Independencia de las 13 Colonias: “una de esas grandes guerras, verdaderamente revolucionarias, de las que ha habido tan pocas”. …”Fue una guerra del pueblo norteamericano contra los bandidos ingleses que oprimían a Norteamérica, y la tenían sometida a un régimen de esclavitud colonial…” [1]

Fueron los Estados Unidos de América, la primera colonia en independizarse de su metrópoli europea, mediante una guerra cruenta, de carácter anticolonial y feudal, vitoreada  por todo el pensamiento independestista y progresista de la época. Sin dudas fue vista entonces como un faro de luz esperanzador.

Las aspiraciones de los norteamericanos, no eran diferentes a las de otros revolucionarios del mundo.  En esencia, el respeto a los derechos naturales del hombre, en particular el derecho a la libertad y el derecho a la vida, oposición a los abusos y el despotismo; de facto a las tiranías y a los criminales que impunemente asesinaban al pueblo para mantener gobiernos.

Preciso es citar por la vigencia que tiene hoy, cuando EE.UU. pretende subvertir gobiernos en América Latina refrendados por sus pueblos, lo que enarboló al respecto su Declaración de Independencia: “ …los hombres instituyen Gobiernos que derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados….”  y refiriéndose a los propósitos medulares de la declaración, proclama también “…siempre que una forma de gobierno tienda a destruir esos fines, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla…”

Condenó, causa fundamental de la revuelta liberadora, el bloqueo comercial  impuesto por la metrópoli que no permitía a las colonias comerciar con otras partes del mundo. Repasando la historia, es difícil entender como hoy el bloqueo a otras naciones constituye una de sus principales armas de agresión.

Par de  cuartillas  son insuficientes para explicar  cómo las aspiraciones más progresistas y genuinas fueron abandonadas durante el proceso de conformación de la Unión,  y  terminaron transformando  el espíritu liberador, en un afán dominador, expansionista y tiránico, de acción y pensamiento.

Sin duda influyeron los códigos genético-sociales de los primeros conquistadores que llegaron a América. El lograr la mayor riqueza,  asociada al dominio territorial que viene desde las primeros colonos estaba  entre los principales paradigmas;  para lo  cual se implementaron desde los inicios de la colonización  todos los métodos posibles, incluido el  extermino de masas. Se suma las disímiles procedencias europeas,   los diferentes status sociales, y  la diversidad religiosa.   La subsistencia de los conquistadores y colonizadores en un medio absolutamente hostil se sumó a las prácticas de la conquista, para moldear caracteres en los hombres, donde la violencia se enraizó.

Buena parte del segmento político de la aristocracia aliada de la metrópolis, los conocidos como los tories, emigraron a Canadá huyendo del proceso liberador. Los gobiernos de las diferentes ciudadades y pueblos quedaron en manos de los patriotas independentistas, que se dieron a la tarea de confiscar, muchas de   las propiedades abandonadas y venderlas en parcelas de no mayor de 500 acres, lo que tuvo un   gran impacto social y fue un golpe para el retrógrado sector aliado de Inglaterra.

Pero también  tierras  vírgenes, que habían sido propiedad de la corona, fueron rápidamente usurpadas por  figuras  relevantes del independentismo o compradas por casi nada, con lo cual se permitieron la posesión de grandes haciendas (hasta  con   cinco millones de acres registra la historia)  alimentando el poder de una clase elitista  que miraba con desprecio al pueblo que había librado las grandes  batallas.

La diversidad,   las rivalidades de toda índole entre las 13 colonias,  la imposición de los sectores más reaccionarios con grandes apetencias de poder  y la urgencia de lograr la unidad de estos territorios en la guerra contra Inglaterra, hicieron que al consensuar y redactar la Declaración de Independencia desconocieran factores que le hubieran  dado mayor lustre  de humanismo y democracia.

Si bien, el principio “All men are created equal” de profunda raíz cristiana, fue enarbolada por Tohmas Jefferson,  autor principal del documento,   este  no logró que la Declaración de Independencia alcanzara a proteger a los negros,  y  a los indios. De hecho, la esclavitud no fue abolida hasta luego de terminada la Guerra de Secesión y los negros no tuvieron derecho al voto hasta finales del Siglo XIX.

Una cláusula introducida por Jefferson, el mismo dueño de esclavos, en la Declaración original,  condenaba esclavizar a los habitantes de África. Dicha cláusula no llegó a finales, fue escamoteada por los esclavitas presentes. Se le conoce como “la cláusula faltante”.

La esclavitud y el comercio de esclavos se mantuvo. Cuando se prohibió la trata,  unos estados los vendían a otros.

Los principales pronunciamientos que la Declaración de Independencia enarboló, vitoreados por el mundo se fueron abandonando casi de inmediato en la práctica política posterior y solo quedaron en  la  retórica hueca  y demagógica del discurso político.

Las clases poderosas que participaron en la guerra de independencia, atornilladas al vetusto y anquilosado pensamiento aristocrático inglés del que eran herederas, sin mirar hacia el pueblo, se hicieron del poder. Ellos lo  dominaron todo y establecieron  las reglas del juego. En prácticamente todos los estados de la Unión, la dirección política quedó en manos de acaudalados poseedores de los bienes. Para votar se exigía cierta posesión de riqueza;  mayor si se trataba de  ocupar cargos públicos.

De tal manera voltearon la cara al pueblo que ya en 1787, ante la ancha brecha económica y social entre los ricos latifundistas que se beneficiaron ampliamente de la guerra, y los campesinos pobres y desposeidos, surgió un levantamiento popular que amenazó con convertirse en una guerra civil. Fueron estos rebeldes perseguidos,  al decir de Rafael San Martín,  como piezas de caza .[2]

Definitivamente, la independencia no trajo consigo la democracia, sino que fue secuestrada por la élite del poder. Útil citar como ejemplo lo que pensaba Alexander Hamilton del pueblo, decía: “…es una gran bestia…” [3]  . Y como bestia fueron tratados los indios, los negros, y mestizos.  Para él, el pueblo carecía de razocinio y era incapaz de gobernarse por sí solo. Su desprecio por las masas lo expresó de forma clara al momento del debate constitucional: “poco afecto tengo a la majestad de la multitud”. [4]  Es solo una muestra del pensamiento retrogrado de la plutocracia gobernante, más cercanas a los Tory que aquellos que lucharon por la independencia.  Alexander Hamilton acompañó a Washington en el primer Gobierno de la Unión  como  Secretario  del Tesoro.

Visto en el tiempo histórico, fue un crimen contra su propio pueblo torcer el camino que intentaron emprender los  líderes más progresistas,  olvidar  los principios que enarbolaron tanto de cara a su nación, como hacia el mundo que les admiró,  hacerles creer y venerar una grandeza que nace de la explotación y del extermino; hacerles creer que disfrutan de derechos y bienestar sobre las bases de una equidad y justicia social inexistente, hacerles creer que son el pueblo elegido y por último, hacerles creer en una amenaza permanente inexistente, cuando su Gobierno es la amenaza misma.

[1] V. I. Lenin Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1961. Pag. 40

3 Rafael San Martín, Biografía del Tío Sam, Editora Ciencias Sociales, La Habana, 2006. Pag.96

 [4] Rafael San Martin, Op. cit., p. 96

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