Por: Nestor Nuñez
Estamos en pleno retorno a los peores tiempos de las tensiones entre Washington y La Habana, como parte indisoluble del secuestro, por la ultraderecha recalcitrante, de la política exterior de los Estados Unidos.
Basta una mirada universal para entender que un presidente ególatra y altanero como Donald Trump, carente de toda identificación con las prácticas que supone su investidura, ha puesto el desempeño externo de la primera potencia capitalista al servicio de viejas y sórdidas apetencias hegemónicas que ahora se hacen más públicas, vociferantes y agresivas.
Bastan los nombres de algunos personeros claves de esa camada, como el del tortuoso asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, el no menos visceral legislador Marco Rubio, o el resucitado jefe de operaciones contra Venezuela, Elliott Abrams, “condenado penalmente decenios atrás por mentir al Congreso sobre el escándalo Irán-contras y promotor de políticas intervencionistas en apoyo de gobiernos violadores de derechos humanos en Centroamérica”.
Y como decíamos, dentro de esa ofensiva reaccionaria global, ni pensar por un minuto que Cuba estaría exenta ni sería de las últimas en la lista de “oponentes” a hostilizar.