No es de dudar que para mucha gente resultaron inusitadas sorpresas la actual presencia en Buenos Aires de un gobierno de la derecha neoliberal, y la estructuración en Caracas de un poder legislativo oligárquico, entre otras cosas, porque no pocas veces las visiones triunfalistas y los mitos de irreversibilidad coartan toda indispensable percepción objetiva de lo que acontece.
Vicios que tampoco deberían obstaculizar un serio análisis de la izquierda regional sobre ambos temas, toda vez que- está demostrado- ni la derecha interna ni sus impulsores externos han abandonado la idea de retrotraer la historia mediante todos los métodos y mecanismos posibles. Porque los poderosos- es una verdad absoluta- nunca cederán de buen grado sus privilegios.
Y en lo que respecta al intento de desmonte de las experiencias progresistas latinoamericanas hay de todo.
En Argentina, por ejemplo, la guerra mediática resultó eficaz para desdibujar la obra de un gobierno popular y entronizar infundadas esperanzas en un borroso discurso opositor que aludió a un pretendido “cambio” sin mayores explicaciones.
Mientras, en Venezuela, las nefastas consecuencias de la guerra económica y los errores de conducción se constituyeron en una sumatoria fatal a la hora de la disputa en las urnas.
Y es que, por una parte, a la derecha y sus promotores, que han perdido los gobiernos pero no una buena parte de sus poderes, no le faltan recursos para engatusar, incluso a aquellos que, beneficiarios de las propias transformaciones positivas en sus respectivas sociedades, olvidan la historia y el pasado reciente, y pasan a identificarse con los paradigmas de los opulentos a los que creen podrán igualar o imitar algún día.