El escritor Eduardo Galeano recapitula el drama histórico de América latina con una frase precisa: “La fuerza del conjunto del sistema imperialista descansa en la necesaria desigualdad de las partes que lo forman, y esa desigualdad asume magnitudes cada vez más dramáticas”. [1]
En el siglo pasado se dio un proceso de fragmentación de Nuestra América, dominados por oligarquías y elites oportunistas que responden en función de sus propios intereses, desentendiéndose de las necesidades del pueblo. Esta realidad dio un giro en los últimos años cuando comienzan a surgir en la región gobiernos populares y democráticos que trazaron, con la multiplicidad propia de cada país, autonomías políticas, económicas y culturales en contramano de los manuales de la escuela neoliberal que llevó al limbo a la Patria Grande. Este proceso motivó la creación de organismos supranacionales que dieron envión a la integración y solidaridad latinoamericana. Expresiones como Unasur, el Alba, la Celac, el Mercosur, son el parangón de las nuevas corrientes políticas en el poder en una coyuntura de grandes dificultades para los bloques imperiales.
Del golpe de mercado al golpe de la calle
El politólogo norteamericano Samuel P. Huntington, en su libro La tercera ola había expuesto una tesis sobre el avance de la democracia a lo largo de nuestra historia reciente. Allí explicaba cómo la democracia, como sistema político, se había extendido entre los años ochenta y comienzos de los noventa del siglo XX como sistema político universal, desplazando a las dictaduras y totalitarismos en América latina, Europa del Este, Asia y África. “El ‘golpe militar’ como recurso y alternativa para sustituir gobiernos civiles había caído en desuso y dejó de ser una herramienta fáctica para alterar situaciones políticas”. [2]
En los años ochenta, luego de la caída de los gobiernos militares, en América latina prevalecían gobiernos de orientación socialdemócrata. En este contexto surge el término ‘golpe de mercado’, esta condición se generaba con una crisis económica descontrolada, incitada por una estampida del tipo de cambio y un golpe inflacionario que forzaba al gobierno a renunciar.
En Argentina ocurrió con el presidente Raúl Alfonsín, en 1989, cuando la presión inflacionaria lo obligó a una salida anticipada. Es una herramienta política en manos de los mercados que termina beneficiando a los sectores políticos conservadores. En Ecuador, Abdala Bucaram, fue destituido de la presidencia en el marco de una situación de descontrol económico y denuncia de un “golpe de mercado”.
A finales del siglo XX, superado los golpes militares, la represión y el terrorismo de Estado, Sudamérica se vio representada por gobiernos neoliberales que apostaban su economía al sector privado y a la radical reducción del gasto público. Bajo estas circunstancias se generan los ‘golpes de la calle’. Los presidentes electos se vieron obligados a dejar el poder al no poder afrontar las protestas del pueblo en las calles que expresaban el descontento con sus políticas económicas. Tal fue el caso de Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia, Fernando De la Rúa en la Argentina y Lucio Gutiérrez en Ecuador, presidente que había nacido como una expresión populista pero que luego viró hacia otra posición.
En la actualidad, con los imperantes gobiernos de centroizquierda en la región, la economía dejó de ser factor principal de desestabilización, pues estamos sometidos a un contexto de crecimiento impulsado por los buenos precios de las materias primas, los recursos naturales y la creación de empresas estatales. En rigor, las protestas en las calles perdieron el efecto desestabilizador que habían tenido antes. En este escenario, los bloques imperialistas se ven ante la necesidad de impartir un nuevo paradigma para golpear la integración.
Golpes Blandos
Los llamados ‘golpes blandos’ responden a una de las tácticas modernas de la Guerra de Baja Intensidad (GBI) [3] y engloba todas las áreas: económica, política, diplomática, cultural, militar y, esencialmente, comunicativa.
Traviste a una minoría en mayoría a través de manifestaciones azuzadas desde los grandes medios de comunicación que instalan un discurso “libertario” y “democrático”, pero motivando a huelgas agresivas, lock-out patronales, destinados a herir sistemáticamente la legitimidad del gobierno. Estos son los aspectos más salientes de lo que muchos analistas políticos consideran los pasos para un llamado “golpe blando”. Este concepto es tomado de la teorización sobre la resistencia no violenta del cientista estadounidense, Gene Sharp, que en los años ’60 comienza a estudiar los métodos no violentos de Mahatma Gandhi. [4]
A principios de siglo XXI esta teoría comenzó a ser utilizada por la CIA y ser aplicada en los procesos democráticos de la región a favor de la inutilidad de las fuerzas armadas como gendarme de los poderes concentrados, ya sea por desprestigio popular o por salto cualitativo poniéndose al lado del pueblo.
En los últimos años, casi ninguno de los países de América latina pudo escapar del azote destituyente que pretende golpear nuestra geografía. Los países de la región en la que se desarrollan procesos progresistas y populares, advierten de manera sistemática este tipo de orquestaciones que atentan con la estabilidad de los gobiernos, cuando directamente no logran balcanizarlos. [5]
Por estas horas Ecuador se encuentra en el ojo de la tormenta, con los dueños de los poderes económicos y políticos, ideológicamente conservadores, que tradicionalmente han dominado el país; contra una Revolución Ciudadana, encabezada por Rafael Correa, que lleva ocho años en la presidencia, con grandes esfuerzos por lograr una mejor distribución de la riqueza. La derecha fragmentada halló una ligazón bajo la bandera de la rebelión contra las leyes de herencia y plusvalía inmobiliaria y juntó fuerzas para desafiar al gobierno democrático. (Leer artículo: “La ley de herencias y el espaldarazo del pueblo ecuatoriano”).
Viejos objetivos, nuevos métodos
Desde 1999, cuando accede al gobierno el bolivariano de Hugo Chávez, hasta ahora, están en marcha en diversos países de Nuestra América, en forma simultánea con los sucesos de Ecuador, dispositivos contrarrevolucionarios dispuestos a perturbar estas democracias.
En el caso de Venezuela, el presidente Nicolás Maduro acusó directamente al gobierno de Estados Unidos de conspirar en su contra. No obstante, este asedio comenzó mucho antes de la muerte del Comandante Hugo Chávez quien, en 2002, enfrentó un golpe de Estado que fue revertido gracias a la reacción popular a favor de la revolución.
Más allá de haber ganado legítimamente las elecciones tras la muerte de Chávez el gobierno de Maduro ha enfrentado la permanente acusación de ser una dictadura, mismo calificativo que recibía Chávez durante su presidencia. En nombre de la defensa democrática sectores de la derecha vetusta y del poder económico vienen instrumentando las más diversas maneras de deslegitimación política, acompañada de una escala de violencia en las calles, aceleración inflacionaria y embestida de los medios de comunicación.
A principio de este año, Rafael Correa alertó que en “Venezuela está en marcha un golpe de Estado blando, ¿cómo se puede sostener dos semanas de violencia sin tener un fuerte financiamiento?” [6], Había cuestionado el mandatario los hechos de violencia fogoneados en el caribeño país.
Pero la “Ley de Herencia” no es la primera excusa que se utiliza para golpear al gobierno de Correa. En 2010 ya sufrió en carne propia un intento de golpe de Estado que poco tuvo de “blando”. Efectivos de la fuerza policial se acuartelaron en protesta por una reforma y retuvieron al presidente en un hospital hasta que fue rescatado por militares. Todo en medio de una balacera que terminó con diez muertos y 300 heridos. El ecuatoriano explicó que los golpes blandos son intentos de desestabilización planificados desde el extranjero: “ya no son golpes militares, ahora es el boicot económico, la manipulación informativa. Son opositores concretos que movilizan e infiltran en las manifestaciones a gente violenta para después acusar al gobierno”.
Hace unos meses, Dilma Rousseff enfrentaba en Brasil la instalación de un debate acerca del juicio político que se le endilgaría por su presunta vinculación en el escándalo de Petrobras, la empresa estatal petrolera en la que se desnudó un escándalo de corrupción preexistente a la sucesora de Lula. La campaña en su contra se alimentó de cierto descontento por cuestiones económicas, como el desempleo y la inflación, y fue estimulada a través de los medios sociales, pero principalmente por los grandes medios hegemónicos con O’ Globo a la cabeza (uno de los medios más poderosos y opositor al gobierno).
Acciones destituyentes
Una de las acciones desestabilizadoras más recordadas fue la que montaron en 2008 desde Santa Cruz -‘capital blancoide’ de Bolivia-, los poderes económicos dominantes, al presidente Evo Morales, quien pudo salir airoso de la situación. Ese mismo año un lock out patronal conocido como la famosa “crisis del campo”, azotó, en Argentina, al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, en un primer intento desestabilizador.
Pero estos golpes malogrados no hicieron decaer la estrategia de Estados Unidos y al año siguiente, en 2009, se dio el primer triunfo del Imperio -junto a la justicia hondureña- con el objetivo de derrocar a Manuel Zelaya. El presidente había promovido una consulta popular para encarar una eventual reforma constitucional, al tiempo que estaba dando los primeros pasos para ingresar al ALBA, pero varios poderes del Estado, incluso los jefes de las Fuerzas Armadas, se le opusieron con el argumento de que intentaría una reelección, vetada en la Carta Magna. El caso concluyó con la detención del presidente y su expulsión del país en junio de 2009.
En su obra, el fundador de la Institución Albert Einstein, organización que estudia e incita al uso de la acción no violenta para “democratizar al mundo”, enumera una lista de 198 métodos para llevar a cabo esta lucha, organizada en cinco etapas. Plantea que el poder de fuego del aparato estatal se combate con “armas psicológicas, sociales, económicas, políticas e informativas”. Si bien este desarrollo teórico-político estaba dirigido a gobiernos totalitarios y dictatoriales, la efectividad de sus métodos permitió adecuarlos al desarrollo de nuevas formas no violentas destituyentes, solo que en estos casos se trata de gobiernos legitimados por el apoyo popular.
Estos ‘golpes blandos’ comienzan con una serie de acciones para generar un clima de malestar. Entre ellas destacan la realización de “denuncias de corrupción y la promoción de intrigas”. El próximo paso implica abrir agudas campañas en defensa de la libertad de prensa y de los Derechos Humanos acompañadas de acusaciones de totalitarismo. Inmediatamente se abordan reivindicaciones políticas y sociales y el fomento de manifestaciones y protestas violentas, amenazando a las instituciones. De esta manera imponen una guerra psicológica para crear un clima de “ingobernabilidad”, concluyendo con la renuncia forzada del presidente o la intervención de otros poderes.
Tal fue el destino de Fernando Lugo, en Paraguay. En junio de 2012 los dos partidos tradicionales lo destituyeron a través de un golpe de Estado parlamentario, tras acusarlo de violar la Constitución. La ofensiva contra Lugo, quien había ganado las elecciones de 2008 con el 40% de los votos, comenzó por adjudicarle responsabilidad política por los enfrentamientos entre campesinos y policías sucedidos en la Ciudad Curuguaty, que arrojó un saldo de diecisiete muertos. Lugo enfrentó la resistencia a la reforma agraria que intentaba implementar, la falta de resultados inmediatos en mejorar la calidad de vida de la población indígena, y una campaña mediática contra el ex obispo católico por la paternidad de varios niños.
En enero pasado el fiscal Alberto Nisman, al frente de la Unidad Especial que investigaba la causa sobre el violento atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) el 18 de junio de 1994, fue encontrado muerto con un disparo en la cabeza, en el baño de su departamento y con todas las puertas de su casa cerradas por dentro. Cuatro días antes había presentado una denuncia, sin prueba alguna y con serias contradicciones, en la que acusaba a la presidenta de la nación, Cristina Kirchner, al canciller Héctor Timerman, y a otras personas, de intentar encubrir a funcionarios iraníes acusados (sin pruebas) de ser culpables del atentado. El caso fue acompañado por los medios opositores, importantes actores en la política argentina, que intentaron instalar que la presidenta había asesinado al fiscal e instigaron movilizaciones en una cruzada que puso en vilo al gobierno. En estos casos la maquinaria de propaganda negativa acompaña con énfasis los procesos destituyentes y profundiza el trabajo sistemático dirigido a limar la legitimidad.
En sus ensayos, Sharp introduce el concepto de “jiu-jitsu político” [7] que radica en arrasar al oponente mediante un desequilibrio con una táctica o maniobra: “Para ganar hay que insistir, persistir, no retirarse, no someterse. Dar muestra de que la represión debilita, detiene o estanca al movimiento es dar aviso al adversario de que con más represión obtendrá la victoria”, afirma.
Finalmente, los blandos no son tan blandos y el Imperio continuará con su injerencia, con nuevos métodos pero con los mismos objetivos, aunque esta vez con una sociedad que responde y actúa en consecuencia para evitar la pérdida de la hegemonía democrática en una de las regiones con mayores recursos naturales del planeta.
1 Las Venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano, 1971.
2 La tercera Ola, Samuel P. Huntington, 1994.
3 Manual de Campo 100-20 del Ejército de los Estados Unidos, Military Operations in Low Intensity Conflict.
4 La política de la acción no violenta, Gene Sharp, 1973.
5 Termino usado para describir procesos de fragmentación de una región.
6 ¿De qué se trata el golpe suave? 18 de febrero, 2014. http://www.telesurtv.net/
7 Arte marcial japonés, basada en la defensa sin arma. |